Niñez, adolescencia y madurez de la identidad corporativa
De la misma manera que un niño desarrolla su personalidad adulta desde el mismo momento de su nacimiento (e incluso antes es capaz de percibir y reaccionar ante cambios en el entorno de la madre); una entidad de cualquier tipo debe prever el desarrollo de su identidad en paralelo al desarrollo del resto de sus caracteres constitutivos.
Esto no pone la identidad por delante de nada… pero tampoco la deja por detrás.
La primera prueba de fuego de la identidad corporativa es el propio Plan de Empresa. En él deben estar claros los principios de la personalidad de la entidad que se quiere crear. Debe estar claramente definida su ética, sus ansias, sus preferencias, sus fobias e, incluso, sus agobios; y, por encima de todo, la imagen que pretende proyectar al mundo: su marca.
Cuando un emprendedor tiene claro que la Personalidad Jurídica apropiada para su proyecto empresarial es una Sociedad Profesional de Responsabilidad Limitada pero no sabe si su marca es verde o roja; tiene un problema. Un problema serio.
Las papeleras y los cajones estan llenos de maravillosos (y voluminosos) Planes de Empresa mecanografiados con un Lettera a doble espacio.
Una vez leí que los Planes de Empresa, en realidad no valían para nada más allá que para obligar al emprendedor a enfrentarse con ellos. Que a los despachos de los analistas no llegaban más que resúmenes ejecutivos de una o dos hojas en los que la calidad visual prima sobre muchas otras cosas.
Dejo para la posteridad una de mis frases:
“Si lo hacemos es para que sea perfecto”
Esa primera etapa constituye la niñez de la identidad corporativa: lo que la entidad quiere ser.
Fundamental el acompañamiento continuo por parte de los padres. Fundamental también el cuidado de la salud, la educación, la adquisición del nivel de cultura general lo más alto posible, el cariño, por supuesto, el establecer ‘los límites’ como dice todo el mundo ahora…
De todo esto se tiene que encargar ‘la familia’ (el reducido grupo que rodea a ‘la marca’ en sus orígenes) con el apoyo constante de profesionales que, a través de las diferentes áreas, velen por la salud, la educación y el respeto a una serie de valores de convivencia y de sociedad: profesores, médicos, maestros, entrenadores de fútbol y, por qué no, el cura de la catequesis.
Cuando se echa a andar y la identidad que hemos creado comienza a relacionarse con el público al que nos dirigimos, estamos en la adolescencia corporativa. En esta etapa, la identidad va haciéndose cada vez más autónoma y ganando confianza en sí misma para comunicarse y relacionarse con los demás.
Como Peter Pan, la inmensa mayoría de las entidades nunca abandonarán su eterna adolescencia. Las marcas que llegan a la madurez son las que todos conocemos (o nos vienen a la cabeza cuando pensamos en ‘una Marca’). Juegan en las divisiones superiores y se transforman en Corporaciones capaces de representarse a sí mismas.
Pero la dificultad de convertirse en una Marca Madura (o la simple renuncia cosciente a hacerlo, que también es muy posible y muy valorable) no puede convertirse en excusa para tener una infancia feliz y una adolescencia, aunque sea eterna, lo más madura posible.
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[…] lo decíamos en un post precedente: cuando una empresa es ‘sólo’ una idea ya tiene que tener un esbozo de […]
[…] de plantilla… pero con ‘sentidiño’: La imagen que quieras dar te impondrá los límites para los cambios que debas […]